Lo veo en su mirada
Lo que han hecho lo veo en su mirada. Los ojos son el espejo del alma. Los ojos de una persona cuentan mucho. Aunque sus palabras digan sí, su mirada puede decir no. Los gestos podrían indicar vete y sus ojos te ruegan quédate. Siempre se debe mirar a los ojos de quien te habla.
En los ojos de una persona puedo ver si es culpable o inocente. Lo descubrí el día que dejaron libre al hombre que mató a mi hermano. Se dio a la fuga tras atropellarle en un paso de peatones una noche cuando salía del trabajo. Los médicos aseguraron que habría podido sobrevivir de haber sido atendido inmediatamente. Pero la falta de oxígeno le produjo daños irreversibles y, tras dos años en coma, la muerte. Al día siguiente del atropello se entregó a la policía confesando haber sido él. Sin embargo, en el juicio, y por consejo de su abogado, lo negó todo. Quedó libre. Le seguí durante días hasta sorprenderle a solas en su propia casa. Le até y le conté todo lo sucedido tal y como él confesó la primera vez. No dejaba de inventar excusas ni de intentar justificarse. Menospreció el dolor que sufría mi familia y anteponía el suyo propio. Se comportaba como si fuera la víctima y cuando rompió a llorar fue por miedo y no por arrepentimiento. Me irritó tanto su comportamiento que sin pensarlo le agarré por el cuello con las dos manos. Apreté tan fuerte como me obligaba la ira viendo como cambiaba el color de su piel. Sus ojos se clavaron en los míos. En ellos pude ver miedo, desesperanza y arrepentimiento. Murió mirándome. Ahora estamos seguros. Lo reconocí en su mirada. Era culpable.
Durante días me sentí confuso, pero satisfecho. Sabía que no me creerían. Dirían que sólo ví lo que quise ver. Pero pude confirmar mi don con el caso "andamio". La falta de medios de seguridad y el uso de materiales de baja calidad en una obra, hizo que se rompiera un andamio en el que trabajaban cuatro obreros. El capataz, en lugar de llamar a los servicios de urgencia, les mandó a sus casas. Dos resultaron con magulladuras, al tercero le acabaron amputando un brazo y el último murió al día siguiente por las heridas en la cabeza. En el juicio, el capataz quedó libre. Consiguió convencer a todos de que los trabajadores no tomaron medidas de seguridad por iniciativa propia. A mí no me convenció. Le seguí hasta su casa. Esperé a que terminasen de celebrarlo y se quedara solo. Le até y amordacé. Le enseñé fotos de los obreros. Le hablé de la familia de cada uno. Seguidamente le ahogué mirando sus ojos. En ellos vi miedo, desesperanza y arrepentimiento. Murió mirándome. Ahora estamos seguros. Lo reconocí en su mirada. Era culpable.
Medité mucho y decidí que la gente nunca aprobaría mis métodos. No son, como ellos llaman, políticamente correctos. Pero mi sistema es infalible. Lo he comprobado muchas veces. La más reciente fue con el caso del entrenador. Secuestró a una mujer durante días. La humilló, torturó y violó en repetidas ocasiones. Cuando se cansó, la mató y se deshizo de ella tirándola a un contenedor de basura. Quedó en libertad por culpa de una irregularidad en su detención. Un tecnicismo legal que invalidó el proceso. Pero cuando llegó a su casa, ya estaba esperándole. Le até y amordacé. Le mostré fotos de la mujer. Le narré toda la historia tal y como se reconstruyó en la investigación. Me daba tanto asco tenerle tan cerca que le golpeé. Le di varias patadas. Finalmente le ahogué mirándole a los ojos. En ellos vi miedo, desesperanza y arrepentimiento. Murió mirándome. Ahora estamos seguros. Lo reconocí en su mirada. Era inocente.
En los ojos de una persona puedo ver si es culpable o inocente. Lo descubrí el día que dejaron libre al hombre que mató a mi hermano. Se dio a la fuga tras atropellarle en un paso de peatones una noche cuando salía del trabajo. Los médicos aseguraron que habría podido sobrevivir de haber sido atendido inmediatamente. Pero la falta de oxígeno le produjo daños irreversibles y, tras dos años en coma, la muerte. Al día siguiente del atropello se entregó a la policía confesando haber sido él. Sin embargo, en el juicio, y por consejo de su abogado, lo negó todo. Quedó libre. Le seguí durante días hasta sorprenderle a solas en su propia casa. Le até y le conté todo lo sucedido tal y como él confesó la primera vez. No dejaba de inventar excusas ni de intentar justificarse. Menospreció el dolor que sufría mi familia y anteponía el suyo propio. Se comportaba como si fuera la víctima y cuando rompió a llorar fue por miedo y no por arrepentimiento. Me irritó tanto su comportamiento que sin pensarlo le agarré por el cuello con las dos manos. Apreté tan fuerte como me obligaba la ira viendo como cambiaba el color de su piel. Sus ojos se clavaron en los míos. En ellos pude ver miedo, desesperanza y arrepentimiento. Murió mirándome. Ahora estamos seguros. Lo reconocí en su mirada. Era culpable.
Durante días me sentí confuso, pero satisfecho. Sabía que no me creerían. Dirían que sólo ví lo que quise ver. Pero pude confirmar mi don con el caso "andamio". La falta de medios de seguridad y el uso de materiales de baja calidad en una obra, hizo que se rompiera un andamio en el que trabajaban cuatro obreros. El capataz, en lugar de llamar a los servicios de urgencia, les mandó a sus casas. Dos resultaron con magulladuras, al tercero le acabaron amputando un brazo y el último murió al día siguiente por las heridas en la cabeza. En el juicio, el capataz quedó libre. Consiguió convencer a todos de que los trabajadores no tomaron medidas de seguridad por iniciativa propia. A mí no me convenció. Le seguí hasta su casa. Esperé a que terminasen de celebrarlo y se quedara solo. Le até y amordacé. Le enseñé fotos de los obreros. Le hablé de la familia de cada uno. Seguidamente le ahogué mirando sus ojos. En ellos vi miedo, desesperanza y arrepentimiento. Murió mirándome. Ahora estamos seguros. Lo reconocí en su mirada. Era culpable.
Medité mucho y decidí que la gente nunca aprobaría mis métodos. No son, como ellos llaman, políticamente correctos. Pero mi sistema es infalible. Lo he comprobado muchas veces. La más reciente fue con el caso del entrenador. Secuestró a una mujer durante días. La humilló, torturó y violó en repetidas ocasiones. Cuando se cansó, la mató y se deshizo de ella tirándola a un contenedor de basura. Quedó en libertad por culpa de una irregularidad en su detención. Un tecnicismo legal que invalidó el proceso. Pero cuando llegó a su casa, ya estaba esperándole. Le até y amordacé. Le mostré fotos de la mujer. Le narré toda la historia tal y como se reconstruyó en la investigación. Me daba tanto asco tenerle tan cerca que le golpeé. Le di varias patadas. Finalmente le ahogué mirándole a los ojos. En ellos vi miedo, desesperanza y arrepentimiento. Murió mirándome. Ahora estamos seguros. Lo reconocí en su mirada. Era inocente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario